María C. quería
que –cuando muriera- sus cenizas se esparcieran por el Universo. Ojalá, me dijo
un día en Sololá (Guatemala), “que algunas caigan en este mi Lago Atitlán”.
Hace ya casi dos
años Gregorianos que se fue de esta dimensión a visitar sus ancestros
y a vivir en la eternidad. Ahora he decidido irradiar sus cenizas en los
lugares mágicos que le marcaron su vida, su historia y sus recuerdos: En
Guatemala, en el Lago Atitlán, donde vivió los últimos años mágicos de su larga
travesía por esta tierra; en Colombia, por los ríos de la Amazonia, las Cordilleras andinas en el Macizo colombiano y, por supuesto, por los LLnos Orientales.
Su gran espíritu viajero no puede quedar inmóvil en la eternidad, debe seguir caminando
aquellos territorios visibles que en su vida amó y los que están más allá de
este tiempo y de este espacio perceptible.
En
febrero del 2009, los presidentes de las Asociaciones de Autoridades Tradicionales Indígenas- AATI del
departamento del Amazonas me invitaron a participar en varias actividades programadas
por ellos, como parte del convenio de asesoría que tenían con la Fundación Gaia amazonas (1).
El recorrido lo hice vía aérea por Leticia y Tarapacá -un pueblito sobre el rio
Putumayo en la frontera con el Brasil- y luego vía fluvial subiendo por este
mismo rio hasta llegar a las cuatro comunidades donde se celebraban los congresos
programados: Puerto Huila y Puerto Alegría en el rio Putumayo, San Rafael por
el rio Cara Paraná y la comunidad de Esmeralda por el rio Igará Paraná.
Agarré mi
mochila, puse dentro el botiquín, mis papeles, el sleeping y la hamaca; entre la ropa y con
gran cuidado, metí el colorido cofre con sus cenizas. El recorrido aéreo (Bogotá-
Leticia- Tarapacá), se desarrolló sin mayores inconvenientes. El sábado,
14/02/09, un día antes de iniciar el recorrido fluvial, preparé mis
pertenencias, agregando un poco de comida para tener alimentos suficientes
durante el viaje, el cual, si no teníamos inconvenientes, demoraría
aproximadamente unas 12 horas.
El domingo
15, a las 5 am, empezamos nuestro recorrido por el rio Putumayo rumbo a la
comunidad de Puerto Arica, donde nos esperaba -para pasar la noche- la comitiva
que participaría en el congreso de la Asociación de AIZA: teníamos programado que,
al otro día, debíamos retomar nuestro viaje fluvial, pero desviándonos por el
rio Igará Paraná hasta la comunidad de Esmeralda. Junto con el motorista y un
contratista de la Gobernación nos acomodamos en el bote, el cual era impulsado
por un motor 15 de regular potencia ( el cual nos contraon despues, que había sido alquilado a
última hora). Nos habían prometido un motor 40 que, aunque “come” más gasolina, viaja
más rápido para acortar el tiempo (viaja a más o menos 30 k/h); si no tenemos
problemas –pensé- estaremos llegando a nuestro destino antes de que nos
envuelva la sombra de la gran noche.
Nunca
llegamos al destino planeado. Más o menos a las 10 am la hélice que mueve el agua e impulsa
el bote se desprendió y ahí quedamos cual huérfanos a la orilla del río. Unas
ramas fueron nuestro sostén para que la corriente no nos arrastrara. Luego de
varios intentos fallidos y con el calor amazónico en la nuca – entre 30 y 40 grados
bajo sombra- decidimos retornar a Tarapacá, pero remando con una tabla podrida. Teníamos
la remota esperanza de encontráramos un bote o una solución en la vía, pero esto nunca sucedió.
Cerca de
las 12:00 de la noche llegamos - hambrientos, mojados y tristes- a la comunidad
de Ticuna, en el Resguardo Indígena del rio Cothue, no sin antes soportar un
calor infernal en el día y una lluvia -eterna y pertinaz- en la
noche. Era una lluvia amazónica que nos helaba los huesos y el alma y que, por
poco, casi acaba con nosotros ahogándonos en la mitad de ese majestuoso y caliente río (cosa curiosa porque para calentarnos nos bañabamos con el rio). Al día siguiente 16/02 regresamos a Tarapacá con una la rabia en la piel y una piedra (rabia) en la cabeza.
Ese lunes
16, navegando rio abajo, saqué de mi bolso las cenizas de María C. y me puse
a “sembrarlas”
en ese gran rio. Mi mente hizo un recorrido largo por estos 11 años de
compañía, arrullado por los sonidos que nacen del bosque y recibiendo
el suave calor mañanero y la luz verde de ésta gran selva, donde ella
pasó y vivió gran parte de su increíble y maravillosa vida. Un puñado de
su esencia y energía la guardé para derramarla en la parte alta del rio (cerca a la comunidad de Puerto Alegría), donde
retorné una semana después, acompañado solamente con sus cenizas y sus
recuerdos. Hice una especie de círculo vital para regresar de nuevo a la selva Amazónica: Tarapacá, Leticia- Bogotá- Puerto Leguizamo y Puerto Alegría.
La tarde,
en la que decidí desprenderme de los últimos granos de vida física, estaba
oscura y fría; sentí en mis espaldas las primeras gotas de la lluvia y, a la
distancia, pude divisar unas enormes nubes negras amenazantes. Esos panoramas
no dejaban duda de que pronto iba a llover fuerte, pero nunca pensé que "a
cantaros". Para cumplir esta misión nos alejamos rio arriba de Puerto Alegría,
sin más compañía que María C. y el motorista, un indígena de la etnia Huitoto que, aparte de brindarnos
su disponibilidad y generosidad, me colaboró con su peque peque (motor pequeño muy usado en
la zona) y su pequeña lancha de madera.
Una vez nos
ubicamos en el centro del rio, deslice el cofre en el agua y lo deje fluir por
el rio; durante un largo trecho lo acompañamos con la mirada, hasta que lo
perdíamos en la distancia; lo dejábamos avanzar hasta que se iba haciendo cada
vez más chiquito y luego lo alcanzábamos. Así estuvimos en ese hermoso juego
circular móvil de vida y muerte, de ida y vuelta, durante un largo tiempo. Al
final de la tarde, cerré los ojos y decidí que era hora de despedirme de ella, de sus recurdos y
de su espíritu inmortal. Lo hice con la convicción de que era necesario dejarla
ir, para que viajara solitaria e incólume por esa agua, por ese cielo, por esa
selva, ojalá más lejos del Amazonas y del Atlántico mar. Hasta que alcanzara el
infinito azul, más allá de las estrellas.
En ese
instante eterno de despedida, el cosmos de María C se despidió de nosotros, nos
abrió una ventana azul y blanca en medio de las nubes y nos saludó con un sol
que ardía en el cielo. Ese fue su último mensaje visible que nos dió; se notaba en esa despedida el amor, el equilibrio y la alegría que mosotró en toda su vida.
Llegamos
al puerto de la comunidad cuando el día ya se estaba despidiendo. Llegamos y
cayó la lluvia. Fue un aguacero con truenos y rayos que he visto pocos en esta
vida.
Las cenizas al Lago Atitlan se las entregó Irene (su hija), unos años después. Pero esa es otra historia.
Las cenizas al Lago Atitlan se las entregó Irene (su hija), unos años después. Pero esa es otra historia.
Estoy segura de que, desde el infinito, María Ce compartió contigo esa danza del agua y del viento, lleno de amor, con una gran sonrisa. Tatis.
ResponderEliminarQue hermoso momento y que hermosa vida... gracias por este relato que me llena de felicidad y tranquilidad.
ResponderEliminarNelson: el ciclo de la Maestra Vida, y la posibilidad del infinito. La conexión con lo esencial del ser que se ama, y la despedida a su "espíritu inmortal". Tu relato hermoso, emotivo, sentido, y maravillosamente vital, es el reflejo de una maravillosa historia de amor que cruza fronteras, distancia, tiempo... y una lección de "amor, equilibrio y alegría" como debe ser la Vida misma. Gracias por tu relato...
ResponderEliminarQuerido Nelson, siempre le reproche a la vida no permitirme compartir un tiempo mas con tu compañera.... la lectura se este texto tan bonito me devolvió al momento en que nos encontramos ...tus palabras me ayudaron a reconstruir ese recuerdo y su imagen ... en pocos momentos se volvió muy fuerte ... ahora le reprocho aun mas, el haberla separado de tu lado, aunque estoy segura que su presencia siempre estará vigente como amante y compañera... un abrazo fuerte y eterno, a los dos...
ResponderEliminarNekson, el texto anterior es deFanny... para vos y Maria C.
ResponderEliminaren un día especial como hoy, inicio de un nuevo período, quiero decir que tu texto me ha hecho llorar, de alegría, de amor, y las enseñanzas de MariaC me sirven mucho y las agradezco de corazón. Espero poder encontrarme con vosotros en el futuro y mientras tanto os envío un deseo de energía favorable pensando en los momentos maravillosos y mágicos que la vida me regaló en ese pasado de Guatemala.
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