Atardecer rio Amazonas, Leticia, Colombia (Nov. 2010) |
Junio del 2015.
Nelson Mamián Guzmán
“Disfruta
del mundo, del sol, de las estrellas, las flores, el cielo, la tierra. Vive en
la alegría y la paz, sin sentido de la posesión. Usa, pero no poseas, porque el
poseedor no puede usar. El poseedor, en realidad es poseído por sus posesiones”.
Osho.
Si hablar de lo que se
piensa es difícil, imagínense escribir de lo que se vive, pero aquí estoy
sentado en un avión “haciendo girar la tierra al revés”. Devolviendo
el espacio-tiempo para transmitirles estas emociones vivas que se vienen de
pronto a la cabeza. Me aprovecho para contar esta historia de un viaje que hice
a Leticia- Amazonas, en la frontera con Brasil (noviembre del 2010).
Mientras me voy elevando
voy dejando atrás una ciudad gris con espacios verdes. Es un viaje de placer y,
por ello, de momento aquellos números que fueron mis herramientas para trabajar
con los pueblos indígenas de esta zona, -el 1, el 7, el 10, el 246, el 330[1],
el 715[2],
el 89[3],
el 804[4],
el 1811[5],
el 1088[6] o
el 169[7] -
no son más que simples dígitos que se agregan o se quitan; sirven, en este
presente, más a un numerólogo o un matemático para que descifre sus códigos
secretos o a un deudor para calcular sus deudas; que a un abogado - como yo- para
interpretación y sustentar sus asesorías y defensas. Por ahora la ley que más me preocupa
es la de la gravedad, que me está jalando duro hacia abajo. Recuerden que estoy
sentado a 30.000 pies de altura sobre el nivel del mar (a 12000 metros
aproximadamente).
Mientras la azafata
reparte el agua o el tinto - que es lo único que dan en el vuelo- por mí
ventana se aparece la inmensidad de la selva; al principio un azul sin fin,
luego un horizonte de colores que no dejan ver dónde comienza y dónde termina
el verde de la tierra y el azul del cielo. Los ríos y afluentes que se dejan
ver allá abajo -el Apaporis, el Caquetá, el Putumayo, el Amazonas con sus
cientos de afluentes- se ven como grandes anacondas enroscadas y sin cabeza,
creando –desde esta altura- el árbol de la abundancia, que es el mito de
creación de muchos pueblos amazónicos, con el que recrean parte de la vida y el conocimiento de los dioses y los dueños originarios
de estos mundos.
Y la Tierra joven sintió crecer
el Árbol,
nacido entre la espuma,
hijo del Dios-lombriz.
nacido entre la espuma,
hijo del Dios-lombriz.
El Árbol producía alimentos de
toda especie:
frutas y animales colgaban de
sus ramas,
las gentes medraban a su sombra.
Pasaron las lunas y las lunas…
El Árbol creció tanto, tanto…
preciso fue derribarlo para
obtener alimento.
Tumbado, el tronco inmenso
formó el gran Amazonas,
sus ramas, la red casi infinita
de sus afluentes
y hojas y semillas regadas por
doquiera
dieron origen a la selva inmensa
sustento de las bestias y los hombres. “
Las palabras de origen”. Fernando
Urbina
Desde esta altura solo
se ve la enormidad de la selva con su multiplicidad de colores, pero no deja
ver la diminuta diversidad de seres que aún andan, viven y mueren allá
abajo.
Soñando despierto me voy
volando bajo por esos ríos a encontrarme con estas gentes sonrientes y
amistosas con las que compartí mi vida, en días calientes de sol o en frías
noches de luna: por el Putumayo, regando la esencia de Maria C. para alimentar
su camino al infinito; una toma de yagé con el Taita Valerio para limpiar
el alma y el cuerpo en una oscuridad de todos los colores o con el Abuelo
Plácido “mambeando” la palabra para construir acuerdos con
los Ingas en el manejo de los recursos; por el Cará Paraná, viajando con los Murui y Muina entendiendo las fronteras de su
territorio ancestral; por el Igará Paraná y el Putumayo haciendo
“amanecer la palabra” de la Justicia Propia a partir de la palabra de consejo (Yetarafue); por el Cothue, hablando sobre leyes blancas y jugando al fútbol
con los Ticuna; por el río Inírida y el Guaviare hablando de la Consulta Previa con los Curripaco, Puinave y Sikuani respecto a las iniciativas y proyectos de
desarrollo en sus territorios; con los Bara, Barasano, Macuna, Tatuyo y Tuyuca en el río Pirá Paraná o los mal llamados Uitotos por el Caquetá, escuchando su ciencia y sus saberes como
verdaderos maestros de la vida y de la muerte.
Mientras estas imágenes
de tiempos idos se me aparecen en la memoria, leo en un libro algo que me
llama la atención:
“Aunque entrenado en la mejor
institución botánica de los Estados Unidos, después de un mes en el amazonas se
sintió cada vez más como un principiante. Los indios sabían mucho más. Había
ido a América del Sur porque quería encontrar los dones del bosque pluvial: las
hojas que curan, las frutas y semillas que nos proporcionan los alimentos que
consumimos, las plantas que podían transportar a una persona a reinos más allá
de la imaginación. Pero también había descubierto que, al develar los
conocimientos indígenas, su tarea no solo era identificar nuevas fuentes de
riqueza, sino comprender una nueva visión de la vida misma, una manera
profundamente diferente de vivir en la selva”. El Rio. Wade Davis.
Página 259
La selva que ahora se me
aparece, es una amalgama tejida de historias reales y oficiales. Una historia
antigua circular, oral y natural nacida acá, cuyo legado apenas se está
destapando y una historia reciente, lineal, escrita y legal -traída del más allá- que ha ido transformando todo, creando bajo su embrujo: la uniformidad, la
destrucción y también la muerte (física y cultural). Los viajeros que desde hace más de 100 años andan por
estos lares, siguen repitiendo -con Biblia, violencia o Ley- verdades únicas a
la medida de los vencedores, creando a su paso un solo Dios, (católico); una
sola lengua (castellano); un solo derecho, (positivo y estatal); una sola
economía (capitalista) una cultura (colombiana); un calendario (gregoriano); en
fin, una sola forma única de ver, educar y de sanar.
Este territorio
amazónico de abundancia vital ha sido, es y será la despensa de Colombia, que
beneficia a los vendedores de cielo y de infierno; y, dentro de poco, a los vendedores de sueños, de aire y de agua. Cada uno en -su
espacio-tiempo- es culpable del desorden que hoy aqueja a esta humanidad, a esta
animalidad y a está vegetabilidad amazónica, cada vez más inexistente.
Queda la esperanza de
que estemos viviendo un nuevo ciclo, el que según los Mayas “será un
periodo de paz y armonía, de retorno al orden natural [9]”; “la gran noche oscura que comenzó en 1519 llegó a su fin”.
Es, entonces, la hora de repensar y recrear la historia, para crear una vida
nueva más cerca de lo espiritual y natural. Ahora sí, una historia cantada y
contada por los vencidos.
“Que
extraño, pensó (Schultes): lo mucho que los indios nos han enseñado, y lo poco
que les hemos dado en pago. No pensaba en el maíz, las papas, los tomates, el
chocolate, las piñas, la tapioca, la papaya y una cantidad innumerable de
alimentos, o en las drogas que habían cambiado su mundo: la cocaína, la
quinina, la aspirina. Pensaba en su visión misma de la vida, algo que solo
estaba empezando a captar en ese momento.” El Rio. Página 125 y 126.
Mientras me voy elevando
hacia el infinito veo una selva verde con zonas cada vez más negras.
[1] Artículo 1, 7, 10, 246 y 329, 330
Constitución Nacional que hacen referencia a la diversidad, dialectos, la
justicia propia, las Entidades Territoriales Indígenas y la Consulta Previa
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