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viernes, 3 de junio de 2011

Ama zon_rio

Atardecer rio Amazonas, Leticia, Colombia (Nov. 2010)
AMA ZON_RIO
Junio del 2015.

Nelson Mamián Guzmán

“Disfruta del mundo, del sol, de las estrellas, las flores, el cielo, la tierra. Vive en la alegría y la paz, sin sentido de la posesión. Usa, pero no poseas, porque el poseedor no puede usar. El poseedor, en realidad es poseído por sus posesiones”.
Osho.

Si hablar de lo que se piensa es difícil, imagínense escribir de lo que se vive, pero aquí estoy sentado en un avión “haciendo girar la tierra al revés”.  Devolviendo el espacio-tiempo para transmitirles estas emociones vivas que se vienen de pronto a la cabeza. Me aprovecho para contar esta historia de un viaje que hice a Leticia- Amazonas, en la frontera con Brasil (noviembre del 2010).

Mientras me voy elevando voy dejando atrás una ciudad gris con espacios verdes. Es un viaje de placer y, por ello, de momento aquellos números que fueron mis herramientas para trabajar con los pueblos indígenas de esta zona, -el 1, el 7, el 10, el 246, el 330[1], el 715[2], el 89[3], el 804[4], el 1811[5], el 1088[6] o el 169[7] - no son más que simples dígitos que se agregan o se quitan; sirven, en este presente, más a un numerólogo o un matemático para que descifre sus códigos secretos o a un deudor para calcular sus deudas; que a un abogado - como yo- para interpretación y sustentar sus asesorías y defensas. Por ahora la ley que más me preocupa es la de la gravedad, que me está jalando duro hacia abajo. Recuerden que estoy sentado a 30.000 pies de altura sobre el nivel del mar (a 12000 metros aproximadamente).

Mientras la azafata reparte el agua o el tinto - que es lo único que dan en el vuelo- por mí ventana se aparece la inmensidad de la selva; al principio un azul sin fin, luego un horizonte de colores que no dejan ver dónde comienza y dónde termina el verde de la tierra y el azul del cielo. Los ríos y afluentes que se dejan ver allá abajo -el Apaporis, el Caquetá, el Putumayo, el Amazonas con sus cientos de afluentes- se ven como grandes anacondas enroscadas y sin cabeza, creando –desde esta altura- el árbol de la abundancia, que es el mito de creación de muchos pueblos amazónicos, con el que recrean parte de la vida y el conocimiento de los dioses y los dueños originarios de estos mundos.

Y la Tierra joven sintió crecer el Árbol,
nacido entre la espuma,
hijo del Dios-lombriz.
El Árbol producía alimentos de toda especie:
frutas y animales colgaban de sus ramas,
las gentes medraban a su sombra.
Pasaron las lunas y las lunas…

El Árbol creció tanto, tanto…
preciso fue derribarlo para obtener alimento.
Tumbado, el tronco inmenso formó el gran Amazonas,
sus ramas, la red casi infinita de sus afluentes
y hojas y semillas regadas por doquiera
dieron origen a la selva inmensa
sustento de las bestias y los hombres. “
Las palabras de origen”. Fernando Urbina

Desde esta altura solo se ve la enormidad de la selva con su multiplicidad de colores, pero no deja ver la diminuta diversidad de seres que aún andan, viven y mueren allá abajo. 

Soñando despierto me voy volando bajo por esos ríos a encontrarme con estas gentes sonrientes y amistosas con las que compartí mi vida, en  días calientes de sol o en frías noches de luna: por el Putumayo, regando la esencia de Maria C. para alimentar su camino al infinito; una toma de yagé con el Taita Valerio para limpiar el alma y el cuerpo en una oscuridad de todos los colores o con el Abuelo Plácido “mambeando” la palabra para construir acuerdos con los Ingas en el manejo de los recursos; por el Cará Paraná,  viajando con los Murui y Muina entendiendo las fronteras de su territorio ancestral; por el  Igará Paraná y el Putumayo haciendo “amanecer la palabra” de la Justicia Propia a partir de la palabra de consejo (Yetarafue); por el  Cothue, hablando sobre leyes blancas y jugando al fútbol con los Ticuna; por el río  Inírida y el Guaviare hablando de la Consulta Previa con los Curripaco, Puinave y Sikuani respecto a las iniciativas y proyectos de desarrollo en sus territorios; con los Bara, Barasano, Macuna, Tatuyo y Tuyuca en el río Pirá Paraná o los mal llamados Uitotos por el Caquetá, escuchando su ciencia y sus saberes como verdaderos maestros de la vida y de la muerte.

Mientras estas imágenes de tiempos idos se me aparecen en la memoria, leo en un libro algo que me llama la atención:

“Aunque entrenado en la mejor institución botánica de los Estados Unidos, después de un mes en el amazonas se sintió cada vez más como un principiante. Los indios sabían mucho más. Había ido a América del Sur porque quería encontrar los dones del bosque pluvial: las hojas que curan, las frutas y semillas que nos proporcionan los alimentos que consumimos, las plantas que podían transportar a una persona a reinos más allá de la imaginación. Pero también había descubierto que, al develar los conocimientos indígenas, su tarea no solo era identificar nuevas fuentes de riqueza, sino comprender una nueva visión de la vida misma, una manera profundamente diferente de vivir en la selva”. El Rio. Wade Davis. Página 259

La selva que ahora se me aparece, es una amalgama tejida de historias reales y oficiales. Una historia antigua circular, oral y natural nacida acá, cuyo legado apenas se está destapando y una historia reciente, lineal, escrita y legal -traída del más allá- que ha ido transformando todo, creando bajo su embrujo: la uniformidad, la destrucción y también la muerte (física y cultural). Los viajeros que desde hace más de 100 años andan por estos lares, siguen repitiendo -con Biblia, violencia o Ley- verdades únicas a la medida de los vencedores, creando a su paso un solo Dios, (católico); una sola lengua (castellano); un solo derecho, (positivo y estatal); una sola economía (capitalista) una cultura (colombiana); un calendario (gregoriano); en fin, una sola forma única de ver, educar y de sanar.

Este territorio amazónico de abundancia vital ha sido, es y será la despensa de Colombia, que beneficia a los vendedores de cielo y de infierno; y, dentro de poco, a los vendedores de sueños, de aire y de agua. Cada uno en -su espacio-tiempo- es culpable del desorden que hoy aqueja a esta humanidad, a esta animalidad y a está vegetabilidad amazónica, cada vez más inexistente.

Queda la esperanza de que estemos viviendo un nuevo ciclo, el que según los Mayas “será un periodo de paz y armonía, de retorno al orden natural [9]”; “la gran noche oscura que comenzó en 1519 llegó a su fin”. Es, entonces, la hora de repensar y recrear la historia, para crear una vida nueva más cerca de lo espiritual y natural. Ahora sí, una historia cantada y contada por los vencidos.

Que extraño, pensó (Schultes): lo mucho que los indios nos han enseñado, y lo poco que les hemos dado en pago. No pensaba en el maíz, las papas, los tomates, el chocolate, las piñas, la tapioca, la papaya y una cantidad innumerable de alimentos, o en las drogas que habían cambiado su mundo: la cocaína, la quinina, la aspirina. Pensaba en su visión misma de la vida, algo que solo estaba empezando a captar en ese momento.” El Rio. Página 125 y 126.

Mientras me voy elevando hacia el infinito veo una selva verde con zonas cada vez más negras.

[1] Artículo 1, 7, 10, 246 y 329, 330 Constitución Nacional que hacen referencia a la diversidad, dialectos, la justicia propia, las Entidades Territoriales Indígenas y la Consulta Previa
[2] Ley 715 del 2007 (Sistema General de Participaciones Resguardos Indígenas)
[3] Ley 89 de 1886 (Ley Especial Indígena)
[4] Decreto 804 de 1993 (Educación propia)
[5] Decreto 1811 del 2003 (Salud propia)
[6] Decreto 1088 de 1993 (Asociaciones de Autoridades Indígenas (AATI)
[7] Convenio 169 de 1986 (Pueblos Indígenas – Consulta Previa obligatoria).
[8] El Rio. Wade Davis. El Ancora Editores. Escrito en honor a Richard Evans Schultes (Etnólogo) y Timothy Plowman (Etnobiólogo). 
[9] El Libro del destino. Ludovica Squirru y Carlos Barrios. Página 103

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