María Cecilia López Álvarez
Diario de campo.
comunidad San Miguel, rio Pirá Paraná, Departamento del Vaupés- Colombia /abril 1998
Quetzal
El quetzal
es una rama
que desprendida del tronco
de su árbol
se arrastra por el aire
Humberto Ak’abal (poeta- Indígena Guatemalteco)
Introducción
Esta historia sobre la paz la escribió María Cecilia unos días
antes de su viaje a Guatemala (abril 1998) y que denominó “Jugar a la
siringa”. Lo hizo cuando aún se encontraba trabajando con la Fundación Gaia_ Amazonas, por el rio Pirá Paraná, departamento del Vaupes (Colombia). Es una nota escrita con
mirada indígena, la cual quedó consignada -para la memoria- en un libro, en el que
escribieron muchos conocidos y desconocidos sobre la paz, y al que
llamaron “Eclipse
de la guerra. Mandato Ciudadano por la Paz”. Páginas 207 y 208.
Revisando sus notas de campo encontré las primeras líneas de
esta historia, las que reescribo tal como quedaron manuscritas en el papel y
con tinta roja (ver foto).
Como está incompleta, le agregue la parte final de la nota que
aparece en el libro. La primera parte del libro es similar a ésta pero distinta.
Confieso que me gusta más esta versión.
Es una mirada "chiquita' de la selva amazónica y de sus
gentes. En este bello lugar verde de Colombia que tanto amó, vivió por más de
una década, con toda la energía y el entusiasmo que pudo.
Nelson Mamián Guzmán
Bogotá, 28 de marzo del 2011
¿Cómo pensar la paz?
María Cecilia López Álvarez
Diario de campo.
San Miguel, rio Pirá Paraná /abril 1998
Te escribo a ti, mi compañero. Tú que estás ahí delante mío.
¿Cómo pensar la paz?
He
tenido la oportunidad de conocer gente muy especial, gente con otras palabras,
otras costumbres, otras formas de vida, pero con un mismo corazón. He tenido la
oportunidad de compartir sus días y sus noches, sus sueños y sus miedos.
Personas
que han vivido en estas selvas y han navegado por estos ríos por siempre. He
visto sus casas y he dormido bajo el mismo techo de hojas de palma caraná; he
participado en sus rituales de bailes tradicionales mirado absorta lo que pasa
a mi alrededor, erizándose mi piel con el sonido de los en la semioscuridad de
la maloca; admirando los adornos de plumas de los hombres durante el baile, los
dibujos hechos en las piernas y en la cara, los sonajeros en los tobillos. Las
mujeres y los jóvenes, riendo y sin importar el sueño, bailando hasta el
amanecer.
Estoy escribiendo desde la selva del departamento del Vaupés, a la
orilla del magnífico rio Pirá Paraná; mis piernas y mis manos todavía están
pintadas de color negro, del último baile que asistí, hace unos pocos días. Mientras
una abuela indígena conversa en su lengua, pienso en la paz y le pregunto: cómo
se puede traducir la palabra paz? y me contestan: Para nosotros “estar bien es
tener paz”. Estar bien es tener vivienda, tener comida, tener
hijos y tener familia ….
En el libro “Eclipse de la guerra. Mandato Ciudadano por la Paz”. “jugar a la
siringa”. Páginas 207 y 208, se lee en seguida
"Cuando empecé a
escribir esta página recorrí con el pensamiento las diferentes historias y
situaciones que he vivido como antropóloga, como mamá y como persona y recordé
algo que creía olvidado y que nació de nuevo. Esta es la historia.
Hace mucho tiempo un indígena anciano que estaba sentado delante
de una maloca, se quedó observando a los niños jugar con una pelota de siringa.
Los niños reían, jugaban y luego compartían lo que cada uno había llevado para
comer. No había peleas. Este pasaje llevo al abuelo a pensar que los niños le
habían mostrado era el camino para vivir bien, entonces el abuelo inauguró la fiesta
de la pelota siringa, una fiesta para hacer la paz, en donde participaban
niños, adultos y vecinos. Desde el origen de los tiempos hasta hoy, es así.
La fiesta de la pelota siringa casi desaparece cuando muchos
indígenas murieron a manos de los caucheros. Los que ahora son viejos eran
niños entonces y han venido recuperando sus costumbres y tradiciones.
Investigan, preguntan, buscan en su memoria, en las letras de las canciones.
Finalmente, como juntando piezas de un rompecabezas, lograron recordar el baile
antiguo, el de la pelota siringa, el de la paz. El acontecimiento causó
excitación en la comunidad. Se invitó a todo el mundo. Cuando ya todo estaba
listo, la fiesta comenzó. Los hombres empezaron a cantar, las mujeres los
acompañaban, todos bailaban e iban recordando y reviviendo lo olvidado. Al
amanecer se había cumplido con todo y se había hecho la paz.
Un comerciante blanco que estaba por ahí fue al baile, admiraba
todo lo que pasaba y vio en la pelota siringa una importante pieza de museo, entonces
decidió comprarla. El indígena dijo que la pelota no tenía precio, el blanco le
insistió, diciéndole que se la cambiaba por algo más valioso. El indígena
aceptó.
El blanco, dueño ya de la pelota, se subió al avión que lo
llevaría de vuela a la ciudad, mientras que el indígena viendo despegar la
maquina voladora, sacó de su mochila lo que el comerciante le había dado a
cambio: una pistola que alumbraba muy bonito al reflejo del sol”.
Jugar a la Siringa. María Cecilia López Álvarez. Vaupés, abril
1998.
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