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sábado, 8 de octubre de 2011

Los retoños de mis "papás señores"




“Nuestros días están acabados
Pensad en nosotros,
No nos borréis de vuestra memoria,
No nos olvidéis.
Vosotros veréis vuestra casa,
Vuestro país.
Prosperad.
Que así sea.

Seguid vuestro camino,
Ved de dónde venimos.. “

Así ordenaron ellos
Cuando se desvanecieron
En la cima de la montaña..

Invisible fue su desaparición,
Su desaparecimiento;

Visibles solo sus preceptos"

Tomado El POPOL VUH (El Libro del Consejo).

Los nueve retoños de mis abuelos (a quienes llamamos Papás Señores) nacieron magníficos con sus viejos nombres de reyes y patriarcas: el tio Félix, el  “tío Isá”, el “tio Uvences”, el tío Rosendo, la tía Mercedes[2], la tia Romelia, el tío Daniel, mi papa Ricardo y el menor, el tío Valentín, que por esas cosas del destino nació de ultimo y se fue a la otra dimensión entre los primeros. Los hombres estudiaron poco, las mujeres nada; ¡eso sí!  fueron unos verracos y verracas pa´ vivir en y del campo; fueron - como se dice- de pala y machete. Trabajaron la tierra hasta la muerte y “aunque no nacieron pa´semilla” la poblaron con mucha descendencia que “gracias al creador y formador” cada vez es más grande.

Eran muy "pleitistos". Aparte de trabajar, una parte de su tiempo se la pasaban en conflictos de tierras con los vecinos y hasta con sus mismos parientes (pequeñas herencias). Estos pleitos, algunas veces, se zanjaban a puños y a machete y todos, sin excepción, se denunciaban ante la Inspección o ante el Juzgado de Almaguer o de Bolívar - Cauca. Una vez mi tío Daniel disparó su revolver hiriendo a Don Lienzo en una pierna; lo hizo en defensa propia cuando éste intentaba asestar un golpe con una pala en la cara de mi papá. Así, bien magullado, le tocó vivir en la “cana” un buen tiempo, a pesar de que era inocente. [4]

-El carcelero le pregunto y usted que hace aquí. Es que yo vivo aquí, le contestó.

El más famoso de los delitos en el que - por error- estuvo involucrado mi papá fue el homicidio de la finada Águeda. Fue el primer homicidio en la zona, uno de otros tantos que llegaron después. Unos maleantes llegaron a su casa de paja -ubicada en la mitad de la cordillera- para robarla: No solo la robaron, sino que, sin ninguna consideración, la mataron y la quemaron con la leña que ella misma dejó apilonada en el ranchón. 

Ya todos, sin excepción, regresaron a la verdad de donde vinieron. Unos superaron incólumes los 90 años, otros se los llevaron las enfermedades y a mi tío Daniel, unas balas asesinas lo dejaron tirado en la puerta de su casa. Hace muchas lunas que no los hemos vuelto a ver en esta dimensión (aunque a veces me visita mi papá entre los sueños); ya “no les hiere sus ojos la dulce luz del día” o como decía mi papa “Dios los tenga a fuego lento”.

Ni mis abuelos, ni sus retoños originales jugaron a algo. A lo mejor su diversión consistía en trabajar la tierra, ordeñar y arriar las vacas, o, tal vez, correr detrás de las ovejas, los tigrillos o los venados. Jamás los vi practicar deporte alguno, ni siquiera el tejo que es un deporte antiguo de por aquí, traído saber por quién y de dónde. 

El tejo se jugaba frente a las casas, en algun potrero o en la carretera. Se ponen dos palos a lado y lado -aproximadamente a 80 o a 100 metros de distancia-, que se golpean con unas piedras planas redondeadas que le llamamos “cachas”. Tres puntos se le asignaban al jugador que tenía más puntería (dos por el darle al palo y uno por quedar más cerca de él). Los equipos conformados por dos o más jugadores se turnaban los lanzamientos: primero un jugador, luego su contrario, hasta llegar a la meta: 50, 100 o 200 puntos. Si un jugador 
“quemaba” el palo y otro jugador contrario hacía lo mismo, se decía que “lo requemaba”, es decir, borraba los dos puntos asignados provisionalmente.

El fútbol llegó a estas tierras por obra y gracia de mis hermanos, primos y vecinos. Mi papá le decía "ese julgol", como con rabia. A lo mejor pensaba como el rey Eduardo III (1349) quien decía “el futbol era juego de estúpidos y de ninguna utilidad “o “un deporte para vagos y sin oficio”. Algunas veces, cuando llegábamos de jugar hambrientos y sudorosos, nos preguntaba sin mucha emoción: ¿cómo quedaron? Y se alegraba de que hubiéramos ganado o al menos empatado.



En los primeros tiempos había una “cancha” donde Don Juan, en un filo que le llamamos “La Llanada”. Ahí, el portero y la defensa no sabía que pasaba en la otra mitad del campo, porque debido a que lo plano era insuficiente decidieron terminarla usando la parte del terreno quebrado. En una ocasión, un jugador hizo un disparo directo que, por efecto de la gravedad, entró golpeando el palo horizontal; fue un golazo que encontró al arquero contrario distraído. El pateador, que no sabía que había pasado con su tiro, siguió como si nada, se enteró de su faena, por el abrazo de sus compañeros y el griterío de la gente.


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