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viernes, 20 de mayo de 2011

Papá Ricardo


"Me dijiste que no te daba miedo la muerte sino el dolor de la muerte. Papá. La muerte duele?..Por la tranquilidad de tu rostro siento que no!!.  "Escribe colores y pinta palabras". Mamian. 2000

 Y por amor a la memoria llevo sobre mi cara la cara de mi padre: Yehuda Amijay


 “su vida presente es consecuencia directa de sus vidas anteriores” Tzolkin- El libro del destino. Astrología Maya. Ludovica Squirru y Carlos Barrios.




Ricardo, mi papá, nació en los albores del siglo XX, en 1914, un 13 ajmaq [1] del calendario sagrado Maya. Nació con la energía que representa a los abuelos y a la sabiduría ancestral. Vino a la luz cuando en el mundo comenzaba la primera guerra mundial y, a nivel local, se fortalecía la "Hegemonía Conservadora". Bogotá, la capital de Colombia, apenas llegaba a cien mil personas y el país entero solo sobrepasaba los tres millones de habitantes.

Era moreno como el color de la tierra india y el sol de todos los días lo acabó de broncear completamente: “si no fuera por ese puto sol fuera blanco" solía decía con ironía. Andaba agachado y era ágil a pesar de que tenía apariencia de viejo con su eterna ruana, sombrero raspón y machete. Andaba pie viringo, dejando ver sus pies anchos y callosos que doblaban las espinas que se atravesaban en los caminos. Ya viejo, mis hermanos le compraron botas “La Macha” zapatos de material, que ablandaron sus pies para siempre.

Al nacer, estaba vigente la Constitución de l886. Con esa Constitución que duró más de 100 años, se enterró para siempre el federalismo, se validó una sola religión, un solo idioma, una sola cultura, un solo país, una sola propiedad, una sola forma de pensar; se negó la diferencia y se fortaleció el poder central.

Estudió poco, porque mis abuelos lo requerían para trabajar la tierra y hacer potrero, tumbando monte. Hizo hasta quinto de primaria … y se ilustró de la sabiduría natural de los seres animados e inanimados que viven en esta universidad verde y abierta del Macizo Colombiano.

Era un tipo raro para su tiempo y tal vez para éste. Nunca lo ví en un templo o en una iglesia; ni tampoco adorando a Dios o a la Virgen, sin embargo, se le notaba la espiritualidad en los ojos. Era un adelantado natural que estuvo por encima de los dogmas y las religiones y, tal vez por eso, no permitió ningún tipo de dependencia y encontró la libertad hablándole a los pájaros, leyendo un libro o soñando despierto debajo de un cedro, un lechero o un motilón.

 Admiraba al Sol, la Luna y las estrellas. Antes de acostarse, parado en el patio de la casa, nos mostraba con sus manos invisibles las Siete Cabrillas; le gustaba la perfecta armonía de esas tres estrellas que como tullpas nos miraban, cada noche, desde el infinito azul (negro). Al levantarse, antes de hacer y tomar el café negro, se saludaba con Venus – al que llamaba "El Lucero de la Mañana"- y se ponía -mediante chiflidos- a enseñarle sus canciones a los chicaos (Turpiales).

A mí me gustaba cortarle y tomarle el pelo a mi papá. Aparte de recibir comprimidos de su inagotable sabiduría, me servía para comunicar con él y de alguna manera entender su mundo secreto de los de antes. Al preguntarle por mis ancestros, dejaba de soñar despierto y empezaba a contar cosas sueltas de la vida al lado de mis abuelos y su familia; hablaba de mi Papá Señor Ventura (abuelo paterno); de sus días en la cárcel por los problemas de linderos; hablaba de la violencia partidista que le tocó en carne propia porque nació con ella -era la época en el que los liberales eran perseguidos y asesinados por los conservadores-; y, se reía de la vida contando anécdotas tristes y a la vez chistosas.  Era consciente de que yo no estaba maduro para aprenderlo todo, pero me animaba a encontrar la verdad callada y olvidada en otros lados y con otras fuentes. Jamás habló de la Bella Benicia, ni de sus amores secretos, tal vez porque no se lo pregunté o porque le dolía el corazón solo al mencionarla.

En política era un libre pensador y tenía una postura crítica acerca del voto.  Sin embargo, le gustaban los líderes que promovieron o promovían el cambio social y la igualdad de la gente. Por esto, hablaba del general liberal de la Guerra de los Mil Días, Rafael Uribe Uribe; de Jorge Eliécer Gaitán, “el Tribuno del Pueblo”; de Guadalupe Salcedo y de Camilo Torres Restrepo, el cura guerrillero (por cierto, los cuatro asesinados por la violencia colombiana de distintas épocas). En los 60,s le parecía interesante las propuestas de Alfonso Lopez Michelsen, por sus posturas progresistas y su expresión de rebeldía contra el bipartidismo del Frente Nacional.

Escuchaba las noticias del país por medio de la radio Sutatenza (o sutatrenza como él le decía) y radio Santa Fé que modulaba en un radio viejo o se enteraba de lo que pasaba en Colombia, a través de los chismes que llegaban desde el pueblo de Almaguer, a través de Euclides.

 Le gustaba leer mucho, tal vez, pensando como Martí quien decía: “’hay que ser cultos para ser libres”. A pesar de no ser educado formalmente, le gustaba estar enterado de la realidad mundial y local. Nosotros, cuando estábamos de vacaciones, le leíamos los periódicos y revistas que llegaban a la casa: El Liberal, Cromos, Semana, Cambio 16, El Tiempo, El Espectador y se entretenía con las noticias a través de radio Sutatenza, Caracol o RCN. Hubo una sesión de muchas noches en la que Dumer le leyó y nos leyó - en voz alta- Cien Años de Soledad del Nobel García Márquez.   Al lado de la candela y en ese banco antiguo se sentaba a escuchar las aventuras de los Buendía, mientras, degustaba un agua de panela con queso o un chocolate dulce con pan. Muchos años después aún se acordaba de Petra Cotes, que por alguna razón desconocida se le quedó grabada para siempre.

Se vestía con los colores de la tierra. No tanto con los colores andinos que visten las gentes del Ecuador, Bolivia y Perú, porque por acá ya casi no se ven. Apenas aparecen como “pintas” en los morrales, las varas de mando de los indígenas Yanaconas, los nudos de las monturas, y en las ruanas y sombreros de lana de los señores y señoras más viejas. Hoy la gente joven “aculturizada” solo viste con los colores simples de los vencedores.

Se casó con la Bella Benicia. Tuvo los hijos que quiso tener y se “mató” trabajando la tierra para darnos la educación universitaria que él nunca tuvo. Andaba por la vida chifle y chifl; a pie o encima de un caballo cantaba las viejas canciones que acompañado con su armónica o eloina (su compañera musical hasta la muerte).  

Allá arriba en aquel alto,
hay un pozo de agua sucia,
donde se baña misia xx
el xx con una tusa.

A mí me dicen el oso
¡Los hiiiiiijueputas de la ciudad!!

Le gustaba observar las formas que dejaba ver la naturaleza: en los árboles, en las nubes y en las piedras. Encontraba en su andar hermosas y espectaculares figuras -invisibles a primera vista- de caballos, monos, la virgen María y el rostro de Jesús o el Cristo crucificado.  Le gustaba mostrar sus hallazgos y se reía con ironía contando que se había encontrado a Dios entre una piedra.

Murió en 1992, fue velado en la Bella Benicia. Ese día, por una razón extraña, “el Pinocho”, un perro doberman que vivió con nosotros, entró sin permiso a darle la despedida con un aullido. Fue sepultado al otro día ahí mismo por la familia y los amigos y amigas que en la vida cultivó. Un año después enterramos mi mamá en el mismo lugar y hace dos años largos a María C.

En la casa hay un lugar especial donde quedaron mi papá y mi mamá abrazados para siempre; ha sido la única manera de tenerlos cerca y no botados por ahí en algún cementerio o lejos, en el pueblo de Almaguer. En esa tumba, cada vez que vamos, les dejamos nuestras palabras, o nuestras flores o le quemamos alguna vela. Hasta los vecinos buscan alivios a sus penas hablando con ellos …….

“La dimensión de los muertos es donde moran los antepasados, donde encontramos verdadera paz y armonía; allí nuestras necesidades son más sutiles y no hay competencia, ni ambición, ni sufrimientos (…)”[1]



[1] Astrología Maya

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